La malaria es una enfermedad crónica, aunque se trate
Una idea muy extendida sobre la malaria es que se trata de una enfermedad crónica y que la persona que la ha padecido seguirá teniendo episodios febriles a pesar de haberse tratado. Esta falsa idea puede asociarse con algunas características del propio Plasmodium o con la inmunidad adquirida en personas que viven en áreas endémicas.
En las regiones del mundo donde la transmisión de la malaria es muy elevada y continua como en África subshariana (especialmente la parte occidental), se desarrolla cierto grado de inmunidad protectora: no evita la infección, pero hace que los episodios sean menos graves. A esto hay que sumar que la exposición continua al parásito actuaría como una especia de “vacunación”. La mejor tolerancia en personas seminmunes permite una evolución más favorable, con periodos oligosintomáticos prolongados dando la impresión de que la malaria sin tratamiento se comporta como una enfermedad crónica. Por otra parte, la supervivencia de Plasmodium sin tratamiento es prolongada, extendiéndose a los 2 años para P. falciparum, 4 años para P. vivax y P. ovale y hasta 40 años para P. malariae.4
En el caso de P. vivax y P. ovale pueden producirse recaídas tras el episodio inicial de semanas a meses después (de 1 a 36 meses) como consecuencia de su ciclo biológico, en el que el parásito puede permanecer latente en el hígado por largos periodos de tiempo hasta que se reactiva. Además, la aparición de estas recaídas también depende del número de parásitos inoculados, de la presencia de sobreinfecciones bacterianas o incluso de episodios concomitantes de malaria.4-6 Por lo tanto, en los casos de malaria por P. vivax y P. ovale, si además de tratar el episodio agudo no se da tratamiento erradicador para eliminar los parásitos hepáticos, la enfermedad recurrirá y dará la falsa impresión de que se comporta de manera crónica.4-6 A esto hay que sumar que la quimioprofilaxis antimalárica, aunque evita el episodio agudo malárico, no lo hace con las recaídas que aparecerán tiempo después incluso meses tras haber abandonado la zona endémica.
El mito de El Dorado en el Amazonas7
El mito de El Dorado acompañó buena parte de la exploración y colonización de América por los españoles durante el siglo XVI, motivando numerosas expediciones en su busca. La leyenda parece tener su origen en el pueblo Muisca, originario de Colombia, donde el rey se cubría el cuerpo de polvo de oro y hacía ofrendas de este metal a los dioses en una laguna sagrada.
La relación entre el mito de El Dorado y el río Amazonas fue el origen del primer descenso en su totalidad del río, gesta que culminó Francisco de Orellana. Este explorador había nacido en Trujillo en 1511 y era primo de los hermanos Pizarro, Francisco, conquistador del Perú y Gonzalo. A estos hombres les llegaban historias de tierras legendarias repletas de riquezas más allá de las montañas de los Andes, hacia donde ya había partido alguna expedición como la Gonzalo Díaz de Pineda. En 1541 se fraguó una nueva expedición cuyo objetivo era encontrar El Dorado y el País de la Canela, en la que participaron Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana con otros 200 españoles, 200 caballos y 5000 indios con todos sus pertrechos y aprovisionamiento. El viaje fue largo y penoso y Orellana se separó del grupo principal el 26 de diciembre de 1541 con 57 hombres y una embarcación para explorar el río Napo uno de los afluentes más caudalosos del Amazonas con la intención de buscar víveres y volver lo antes posible. No pudo regresar y Gonzalo Pizarro pensando que Orellana había perecido regresó a Quito. Es desde este momento cuando comienza la verdadera epopeya de Orellana que tardó 8 meses y medio en recorrer el cauce del río hasta su desembocadura en el Atlántico. No encontró El Dorado, pero en su viaje hizo una descripción detallada de los pueblos indígenas, incluyendo las famosas “Amazonas”, e importantes descubrimientos geográficos.
Francisco de Orellana volvería en 1545 en una nueva expedición con la intención de colonizar el Amazonas y sus regiones aledañas navegándolo río arriba. Pero esta vez la diosa Fortuna que lo había acompañado en su primer viaje no le concedió sus favores y el trujillano murió de fiebres en su intento de remontar el río.